El joven intentó prepararse para el interrogatorio, permitiendo a su
experiencia divagar en las mil posibilidades que podrían producirse. Sentía que
la angustia había comenzado a mellar su determinación; un nudo en el estómago y
la boca seca eran las primeras evidencias de ello.
Por desgracia conocía bien el proceso, nunca había sido un niño valiente
o arrojado; mientras su hermano sabía plantarle cara al temor él sólo había
aprendido a soportarlo. El instinto y la perseverancia eran las únicas armas
que Dios le había dado y ninguna de ellas le servía para manejar aquella
situación.