lunes, 14 de septiembre de 2009

CUENTO DEL EJECUTIVO Y EL NIÑO

Raúl se había convertido un empresario de éxito, con maletín de piel, traje de alta costura y corbata de seda. Vivía como ejecutivo, incluso “sentía” como hombre de negocios pues calculaba las consecuencias de cada acción o decisión. Le había llevado años establecer en las más altas esferas su sencilla idea empresarial y los cuantiosos ingresos se duplicaban con rapidez.

Era joven, más la sensación de no tener suficiente tiempo para hacer todo lo que tenía pensado le había llevado a acelerar su ritmo y no permitirse un día de descanso. Sabía que la primavera era la época de las oportunidades que comienzan, y él, intuitivo y arriesgado, había descubierto un mercado emergente en España.

En domingo fue a visitar a Alejandro, quién no tenía más que nueve años y era líder en venta de discos en las listas de éxitos. Por ello cuando recibió la llamada de su agente pidiéndole que fuese a visitarlo, por que deseaba contratar sus servicios, saltó de la cama pues se trataba de una de las personas más influyentes que en aquel momento podría encontrar.

Alejandro le esperaba en el jardín de la finca, con los pies dentro del agua y salpicando con su juego. Caminando Raúl hacia él, mientras el chiquillo le sonreía, desanudó su corbata y la guardó en el maletín, abriendo el botón de la camisa. El aire de la mañana le acarició el rostro y una sonrisa se dibujó también en él.

Al llegar dio los buenos días al chiquillo y se inclinó cerca de él dejando su maletín sobre el césped. Alejandro se abrazó a su cuello, sólo unos instantes, pero fue suficiente para desarmar al Raúl en su estrategia para conseguir salir de la finca con un nuevo contrato firmado. Miró al niño a los ojos, incapaz de sonreír aunque el chiquillo no dejaba de hacerlo, después bajó un instante la mirada y se sentó junto a él en el borde de la piscina, con las piernas enlazadas una sobre la otra, como cuando era pequeño.

Pasaron unos instantes en los que ninguno pronunció palabra pues parecía que no fuese necesario. Raúl se sentía descolocado, miró su maletín sobre la hierba y volvió a mirar al niño. No le gustaba perder el control de las situaciones pues siempre había querido dibujar el mapa de su vida con su propia mano, así que tomó de nuevo el maletín y lo abrió para sacar su tarjeta tendiéndola para que Alejandro la tomase.

-Soy Raúl Perenot, el asesor de imagen – sus palabras le parecieron vagas.
- Se quién eres – tomó la tarjeta entre los dedos. – Mete los pies en el agua – comenzó a chapotear.
- ¿Qué? – Raúl se sintió estúpidamente serio.
- Quítate los zapatos… te sentirás mejor…
- No… No puedo… - Raúl balbuceó.- Tengo una cita dentro de una hora y no puedo entretenerme – sin saber por qué mentía bajó la mirada ante la insistente fijeza del crío.
- Comprendo - Alejandro continuó con gesto amable aunque su sonrisa se diluyó.

El joven ejecutivo sintió una inexplicable tristeza.

- Tienes una mancha… - Alejandro fijó sus ojos en el joven.
-¿Qué? – Raúl comenzó a sentirse estúpido, perdiendo la confianza con la que se había levantado aquella mañana.
- Ahí – el pequeño dedo del chiquillo señalaba al pecho del muchacho.

Raúl bajó la cabeza buscando en la camisa pero no pudo ver mancha alguna, levantó la cabeza reprochando con la mirada la broma.

-Entiendo por tu desconfianza que no puedes verla – Alejandro levantó la vista al cielo. – Es por la luz del Sol. Te ciega. Acompáñame dentro de la casa…
Raúl siguió al niño algo desganado, no quería continuar allí, no parecían apreciar su tiempo ni su importancia como hombre de negocios. Cruzó la puerta resistiendo sus deseos de marcharse.

Una señora les saludó con la cabeza al llegar y ayudó a Alejandro a cerrar las cortinas de cinco de los seis ventanales que rodeaban el salón, una de ellas quedó entreabierta, dejando la estancia en penumbra, después se marchó con un nuevo gesto de su cabeza.

- Siéntate si quieres – Alejandro se sentó en el suelo. - ¿Puedes ver ahora la mancha?
Raúl volvió a mirar su camisa de soslayo pues era casi imposible ver al niño, menos aún una ridícula mancha.

-Debo marcharme. – Raúl se movía nervioso pensando en silenciar sus reproches al niño, pero no pudo contenerse. – ¿Quieren hacerme perder el tiempo? Su representante debería estar aquí para tratar sus asuntos conmigo. No sé por qué me han llamado…
- Por que quiero contar contigo en mi equipo – Alejandro volvió a levantarse, se acercó a Raúl y se empinó para acariciarle la cara. – Necesito que veas que no te miento, tienes una mancha…

Raúl resopló desconcertado, se arrepentía de haber sido brusco con el niño pero no le apetecía disculparse. Pensó que quizá el representante se hubiese retrasado así que decidió seguirle el juego mientras llegaba. Bajó la cabeza fijando la mirada sobre él mismo. Se sintió extrañado ante la mínima luz que podía ver y que, como si de un negativo se tratase, le salía de dentro, de debajo de la ropa. Era difícil de entender, incluso difícil de ver pero la sutil luminosidad atravesaba la blanca camisa desde abajo, como si le hubiesen impregnado el cuerpo con un fluido fosforescente.

Levantó la vista y le costó ver al niño, tras unos instantes logró verle a unos metros de él, también parecía resplandecer. Pensó entonces que hasta ahora no había descubierto que la penumbra crease tan especiales efectos ópticos. Sonrió agradeciendo la paranoia visual y volvió a fijar sus ojos sobre sí, en esta ocasión con más interés, sin prisa, el crío había conseguido contagiarle sus ganas de jugar.

Sus ojos pasearon por sus brazos, sus manos, sus dedos. Giró las muñecas mirando con interés sus uñas ligeramente brillantes. Volvió sus ojos sobre la camisa, entonces pudo ver una zona oscura, era del tamaño de una pelota de tenis. Arqueó las cejas pensando que quizá fuese una antigua mancha de aceite, aunque no la recordaba.

- Tenías razón, ahora puedo ver la mancha – sonrió buscando con sus ojos al niño, en unos segundos volvió a verle, en esta ocasión le pareció verle brillar aún más.
Impaciente por comprobar si él también se veía más brillante volvió la vista sobre sí.
- Si te quitas la camisa quizá la veas mejor – Alejandro volvía a estar a su lado.

Tras cierta resistencia volvió a convencerle el niño para que lo hiciese, así que se quitó Raúl la prenda y la acercó al único ventanal por donde entraba la luz, buscando la mancha.

- Tenías razón, la luz del sol no deja verla – Raúl acarició la cabeza del chiquillo con un sonrisa abierta.

- Si que deja – Alejandro tiró de la camisa que Raúl había vuelto a levantar a contra luz.

La insistencia de niño le hizo bajar las manos y volverse hacia él. Raúl se había puesto serio, tanto como el chiquillo.

- Mírate – el pequeño dedo volvía a señalar a su pecho.
El joven se alejó un paso del niño sin atreverse a bajar la vista, asustado como un ratón al que acaban de enjaular. Sintió que su frente comenzaba a sudar y su pulso a subir.

- No tengas miedo – Alejandro dio un paso hacia él y Raúl retrocedió.
Raúl se alejó de la luz del Sol mientras sus ojos dejaban a Alejandro y caían sobre su pecho desnudo. Buscó de nuevo aquella lejana luz y tras un instante logró verla de nuevo. Aunque…

En el centro de su pecho continuaba la mancha… Oscura y profunda, como un agujero o un huracán. Asustado retrocedió intentando apartar esta visión de sí. Pegó la espalda a la pared y levantó la vista, Alejandro le miraba entristecido. Presa del pánico, intentando comprender lo que sucedía, llevó la yema de sus dedos sobre la mancha, que estaba fría, parecía como si aquella parte de su cuerpo hubiese muerto. Corrió hacia la ventana, fueron sólo unos pasos pero necesitó apresurarse y abrió la cortina por completo recibiendo la luz del sol sobre sí. Volvió a mirarse pálido de pánico, la mancha continuaba ahí, negra, profunda, letal.

Enloquecido corrió ante la mirada del chiquillo abriendo todas las ventanas pero su pecho seguía teñido de negro a la altura del corazón. Salió de la habitación buscando el jardín, Alejandro, que le seguía, le vio sentarse en las escalinatas de la entrada y comenzar a llorar. Se mantuvo a unos metros de él.

Pasó un buen rato antes de que Raúl pudiese controlar su miedo y detener las lágrimas, aunque su mirada se perdió en el suelo…, en el tiempo. El silencio envolvió a Raúl como hacía años que no le había permitido hacerlo. La manita de Alejandro acarició su cabeza y Raúl volvió a buscarle a su espalda. El niño de pie tenía la misma estatura que él sentado en la escalera, era pequeño para su edad. Volvió la vista de nuevo al suelo que había entre sus pies.

- Has tenido una oportunidad que pocos hombres tienen. Has visto la verdad. Quiero contar contigo en mi equipo, pero antes debes recuperar tu corazón.
- ¿Qué quieres decir? – Raúl se levantó y le miró relativamente desquiciado.
- Mataste tu corazón, además sabes cuando ocurrió, y no le has permitido volver a latir por temor al dolor.

La mirada de Raúl se perdió en sus recuerdos cinco años atrás, al abandonar a la mujer que amaba por no compartir sus ansias de éxito. Después ella murió en un accidente, ocasionando en él tal sentimiento de soledad y culpa que no había sido capaz de superarlo.

-Tienes cáncer y morirás pronto si no haces lo que sabes que debes hacer.

Raúl levantó la vista, tenía lágrimas en los ojos, el alma le escocía de dolor.

- Te rodeas de trabajo y ocupaciones para no oír tu voz que grita. Alejas el amor de tu vida, la alegría, la esperanza. Desconfías de la gente y te muestras mezquino con los que no disfrutan de tu bienestar económico y social… Estás viviendo una mentira y te está costando la vida.

Raúl era incapaz de dejar de llorar, aunque no sentía vergüenza. El niño se acercó y con sus manos le pidió que se agachase, dándole un beso en la frente.

- Ahora márchate, encuentra tu camino y síguelo. Volveremos a encontrarnos.

Las pruebas médicas corroboraron que tenía cáncer, aunque no había signos físicos evidentes, habían descubierto que padecía sarcoma cardiaco. Le propusieron una intervención quirúrgica que no aceptó. Era el momento de encontrar sus propias respuestas y la medicina no podía darle ninguna. Vendió todo lo que tenía, se despidió de su amada en el cementerio y, con una mochila ligera al hombro, encaminó sus pasos hacia la que debía haber sido su vida.

Raúl comienza su VIDA con dos puntos a su favor, el primero, ser puesto frente a su verdad, esa que temía y de la que se escondía, el segundo, tener el valor de enfrentarla y cambiar la dirección de sus pasos para entrar en su camino, aunque no se parezca al que había planeado, aunque no sea comprendido por los que le rodean.

¿Serías tu capaz de tomar la dirección de tu vida con la suficiente voluntad para continuarla ante la incertidumbre, y el suficiente amor y respeto para disculpar y comprender a los que no te apoyan e incluso intentan detenerte?

Si deseas ser una persona fiel, eres tú el primero a quién debes lealtad. Si deseas respetar la vida y la diferencia de pensamiento, necesitas mostrar respeto por tu persona y tus elecciones. Si deseas dar amor, necesitas entregártelo sin cuestionar tus aciertos y errores.

Reyes Lamprea

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